Monterrey.- Allí estaba tirado en el parque como un bulto inservible, inaudito, doliente. Quien sabe cuánto tiempo llevaba sin poder moverse. La gente que paseaba sus perfumados perros apena si lo miraba. Balbuceaba algo, como loco, quizá por el hambre de varios días. Ni las vecinas piadosas, ni los esbeltos atletas, ni los niños curiosos, ni los de la basura, ni las señoras gordas que caminaban hicieron nada por ayudarle. ¡Es tan dolorosa la indolencia…! Fue el viejo maestro, sabedor de la miseria humana, quien llamó a una institución de beneficencia para que vinieran a llevarse al bulto viviente, quien sabe a dónde iría a parar aquel viejo costal de huesos…