Monterrey.- La fila para solicitar medicamento avanza parsimoniosamente, como si te lo vendieran. Te enoja el descuento siempre oportuno de tu cuota para el pésimo servicio médico que recibes. Indudablemente, México es un país de filas interminables, deduces. De pronto la anciana-mujer-maestra se quita el cubre bocas y comienza a estornudar estrepitosamente salpicando todo lo que la rodea. Como en un pavoroso arte de magia, se crea un vacío a su alrededor y los reclamos no se hacen esperar… Que qué le pasa, que de perdido lo haga en su antebrazo, que por qué se quitó el cubre bocas, que por qué viene sola, que qué inconsciente, que como se atrevió a salir estando así de enferma…
- ¡Es que tengo Covid…!
Su declaración retumbó hasta las entrañas de la tierra, hasta el alto cielo, en todo el universo… Algunas maestras viejitas huyeron despavoridas gritando y la tranquila mañana cedió su lugar a la histeria colectiva. La psicosis por el miedo nos invadió a todos. No faltó quien fuera con el chisme. Sale una coordinadora de la clínica y conmina a la mujer a retirarse de la fila, la cual se sitúa a unos 10 metros del resto de nosotros.
- No pasa nada…
Torpe declaración de la señora autoridad. Voces airadas, irascibles, en otra ola de reclamos. Que para qué el filtro, que la seguridad, que el pinche protocolo, que el daño colectivo, que todos somos vulnerables, que nos llevaremos el virus a nuestras casas, que le van a cerrar la clínica si de la O se entera… No sin antes bañarla con desinfectante, gel en las manos y bien puesto y asegurado el cubre bocas y la sana distancia, le dijo:
- Deme su credencial y espéreme aquí, ahorita le traigo sus medicamentos…
Y todos nos quedamos mudos por el asombro que nos causó aquella dantesca imagen de una cruel e injusta pandemia mal entendida… ¿Nos contagiaría…?