Monterrrey.- Aunque el terminajo aplica mejor a las féminas, ellos, los divos, también tienen lo suyo. Apetecen siempre el goce de los más inimaginables placeres. Regalones insanos por naturaleza disfrutan desde un cuerpo virgen, hasta la droga más tóxica, los que tienen lana, por supuesto; los demás, los tercermundistas, son solo una dudosa y esperpéntica apariencia. Los del arrabal son los más inauditos en cuanto a su proceder y actuar egocéntrico. Seguro conoce usted a alguno o a varios, porque se han vuelto una especie abundante.
Aplican, en su cuerpo y piel, los trucos de belleza más sofisticados y exquisitos, como una liposucción, por ejemplo, o injertarse músculos u otros implantes; o hacerse una reconstrucción facial, mascarillas de aguacate, de azúcar, de barro, de pepino, de semen… Algunos llegan a inyectarse aceite comestible en las nalgas, para verse más suculentos. Su único fin, sentir en carne propia el más alto grado de su divinidad. A los más afamados lo mediático le favorece mucho, a tal grado de hacer creer a los incautos que son seres perfectos, dignos modelos a seguir.
Usan atavíos y aditamentos de diseñador, indudablemente, y mientras más excéntricos mejor, aunque sea la costurera, vecina de la colonia, quien los copie de una revista y los haga igualitos. Elegantes, sobrios, seguros de sí mismos, salen de sus palacetes y se desplazan veleidosos y etéreos por las alfombras rojas de sus vidas. Los otros igual, sutilmente, salen de sus tejabanes y van sorteando los baches con sus zapatos de marca (imitación “Guci”), dispuestos siempre a conquistar el mundo que los acepta así: arrogantes, ególatras, impúdicos, venales; y los venera y los idolatra, aun con todas sus atroces barbaridades.
Ahí tienen a Derbez y Palazuelos, por ejemplo…