GOMEZ12102020

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Don Sonda y el patotas
Tomás Corona

Monterrey.- Difícil de creer, pero allí estaban, en la vieja cantina del barrio, departiendo alegremente al solaz de una cervezas. El calorón no estaba para menos. Los llamaré don Sonda y don Patotas. A don Sonda, todo flacucho, por cierto, por un lado de su desteñida guayabera otrora azul, le colgaba un metro y medio de manguera, de ese tubito de plástico que usan los enfermos de los riñones, cuya conexión empieza ya sabe dónde y termina en una bolsa cuadrada, también de hule grueso, de color rojo. La tenía allí en un ladito, puesta en una silla como si fuera una invitada especial, la sonda, por la cual fluía una mescolanza de orines y cebada, entre sabe Dios que otros menjunjes y arenillas, supongo. A don Sonda, no parecía importarle nada, ni su propia vida y libaba gustoso de la botella, como hacen esos adolescentes dieciochoañeros quienes pretenden, con su actitud, tragarse el mundo de un bocado, de un trago, en este caso.

     Don Patotas, por su parte, rollizo y rozagante, uno de esos gordos mórbidos nalgones y con los cachetes rojos como manzanas “golden”, de esos que cuando eres niño todo mundo se la pasa pellizcándolos, también degustaba con voracidad su ebúrnea cerveza, sus dos pies, que digo pies, sus dos patas de elefante lucían groseramente debido a su filariasis linfática o elefantiasis, para que mejor se entienda, y junto con las monstruosas pantorrillas, medio moradas, medio azules, medio negras, no podías dejar de verlas; reposaban, una en cada silla, también como grotescas invitadas a la tertulia cervecera de aquella tarde de junio.

     ¿Cómo llegarían allí, sobre todo don Patotas? ¿Quién se atrevería a traerlos…? Quizá un mal hijo, de esos que piensan que el muertito debe irse lleno de tragazón y libaciones al panteón, aunque padezca la más cruel de las enfermedades, digestiva, hepática o dermatológica… “Que se muera contento y con la panza llena”, dicen… Total, allí estaban los dos viejos, uno enjuto y otro robusto, contándose sus penas y alegrías entre sonoras carcajadas, no podía faltar el tema del sexo con cientos de mujeres que caracteriza al típico macho mexicano. Seguro ellos lo eran, por eso estaban allí, para mostrar su hombría de la manera más estúpida, matándose lentamente. En un contexto social iconoclasta, igual de torpe. Hasta cuando en vil ocio, hasta cuando nuestra conciencia crítica seguirá dormida, mexicanitos…