MICROCUENTOS PARA PENSAR
Ebrio de fe
Tomás Corona

Monterrey.- Entró, tambaleante y se tendió frente al altar, con los brazos abiertos en cruz, como hacen los seminaristas que van a ordenarse como sacerdotes. El templo estaba casi vacío y nadie reparó en él, solo mi morbosa curiosidad. ¿Qué hacia allí…? Era un hombre bien vestido, arreglado… Se levantó raudamente y avanzó hacia la salida central, dando la espalda al altar. Como que se arrepintió de eso, se restregó las manos en los ojos, se persignó innumerables veces, dio unos cuantos pasos caminando de espalda hacia atrás, por poco cae al piso.

     Reaccionó, como despertando de una pesadilla. Corrió de pronto hacia la puerta lateral por donde había entrado y tomó uno bolsa negra, de regular tamaño, que al parecer había olvidado, se adivinaba en su interior un objeto más amorfo que redondo, con un peso regular. Eso me intrigó más aún. ¿Que contenía aquella bolsa de hule grueso que guardaba con tanto celo…? ¿Una gallina negra degollada…? ¿Acaso una cabeza humana…? ¿Un niño muerto…? No. Alucinaciones mías nada más.

     Regresó por donde había venido, pero no salió de la iglesia. La misa inició. Se sentó justo en la banca contigua a la que yo estaba, se hincó, rezó fervorosamente entre murmullos y se quedó dormido apoyando su mejilla en el filo de la banca. Una mujer que también había seguido las insólitas acciones de aquel extraño sujeto lo reportó con una de las beatas ayudantes, fue, se acercó a él, lo tocó sutilmente en el hombro, le preguntó si se sentía bien pero no hubo respuesta, solo leves ronquidos. Se me hace que anda borrachito, huele mucho a alcohol, dijo.

     Allí no paró todo, al poco rato se levantó de nuevo. Avanzó trastabillando por el pasillo central, dejando su bolsa negra olvidada otra vez. Se sentó, en una de las primeras bancas, muy acomedido a seguir las indicaciones de la liturgia. Como que se acordó de su bolsa y regresó corriendo, chocando con dos o tres bancas, ante el asombro de los feligreses. Se sentó, abrazando su bolsa y se quedó dormido nuevamente, de ladito, recargado en la banca.

     Al momento de la salutación por la paz, reaccionó de nuevo, parpadeó innumerables veces. Puso la bolsa en el piso y muy sonriente se puso a saludar a todo el mundo, ofreciendo paz entre balbuceos, la gente, con cierta timidez y recelo, no pudieron rechazarlo. Se hincó de nuevo, se recargó en el filo de la banca y a roncar otra vez. La misa terminó y el hombre aquel con su bolsa cargada en el hombro salió de la iglesia canturreando, bien seguro de que le habían borrado todos sus graves y tercos pecados.