Monterrey.- Madruga apenas levantado por la esperanza. Se desplaza lento, como reptando, la mala vida le ha robado toda su energía. Armado con sus costales insondables sale de su choza y se dispone a lidiar con la inicua y áspera cotidianidad de su vida. Colecta todo lo que encuentra a su paso, todo sirve, hasta los desechos más inútiles y hediondos. Escudriña en el firmamento y en la tierra, pero solo encuentra despojos miserables. Remueve los abismos con sus manos sin importar de los gusanos la fetidez. Su cielo es siempre gris y lluvia ácida seguido le remoja el alma. Hurga entre las sombras, alumbrado apenas por los cristales rotos que cortan sus manos, el hilillo de sangre le hace sentir que aún sigue vivo. Rebusca y encuentra utensilios de plástico en los que intentará, inútilmente, sellar su perenne tristeza. Ya todo le cansa. Reposa, exhausto, en una solitaria banca del parque, que lo refleja.
Como zambullido en uno de los sacos, examina cuidadosamente cada faceta de su vida mientras palpa las gotas de rocío en las hojas verdes de una rama que le hacen evocar su pasado glorioso y entonces las hojas son sus ojos húmedos. ¿Qué fue lo que hizo mal…? ¿Por qué la vida es tan cabrona para algunos…?
¿Dónde quedaron la familia, los amigos, la falsía riqueza…? No hay respuesta, no hay nada que aclare los sinsabores de su fallida existencia, los motivos de su desdichada y dolorosa historia. Cada cual cohabita en su propio arcano. Y se aleja, a paso lento, arrastrando inexorablemente sus talegas llenas de tesoros inmundos…