Monterrey.- Murió en soledad, como un mártir. De nada le valió su brillante trayectoria profesional y sus enormes ganas de cambiar al mundo. Llegó muy joven, como director, por su alto grado de preparación académica, a aquella secundaria de barriada domeñada por el narco, el olvido gubernamental y la miseria. Allí comenzó su titánica tarea de transformar la dolorosa realidad que circundaba la escuela.
Casas de cartón (como dice la triste canción de protesta), de lámina, tablas o de lo que fuera con tal de tener un techo donde vivir. Las drogas, prostitución, pandillas, el envilecimiento de los niños por las adicciones, la violencia cotidiana, habían hecho de aquel pauperizado asentamiento humano, un emolumento a la más miserable ignominia, un cinturón de miseria descarnado y palpable, un “polígono de pobreza” como le llaman rimbombantemente las autoridades a estos contextos, un rincón olvidado por Dios.
Comenzó erradicando la venta de droga de la escuela mediante un severo y rígido reglamento escolar que hacía cumplir al pie de la letra, denuncias policíacas, pláticas infinitas con los padres de familia, connatos de pleito con algunos de ellos que eran drogadictos; hechos que le costaron sus primeros enfrentamientos con “los malitos”. Nunca les tuvo miedo. Poco a poco, hacia el interior de la institución y sobre todo por la nobleza, convicción y compromiso de los profesores, el colectivo entero comenzó a volver a la normalidad.
Luego, el destartalado edificio escolar, ya con el apoyo de un buen número de padres, se fue transformando en una escuela digna, colorida, limpia, reforestada, después que les vendió la idea de que el plantel era de ellos y para sus hijos. ¿Por qué los demás directivos no hacen eso…? Pausadamente volvieron también los uniformes, humildes pero limpios, los cabellos cortos, libros forrados, asambleas, concursos y los permanentes talleres para padres… La comunidad entera comenzó a valorar los frutos de aquel prodigioso maestro y también las calles y casas comenzaron a transformarse, ya no había pintas y comenzaron a relucir las humildes viviendas por su nuevo colorido. Cabe decir que fue el profe Beto quien consiguió la pintura y los propios padres se encargaron de pintarlas.
Pero el narco no se conforma nunca a perder sus territorios, incluso entre ellos mismos se los disputan. El profe Beto tampoco, sabía todos los artilugios que utilizaban los nefastos sujetos y siempre les sacaba un pie adelante. Pronto se ganó el mote de “profesorcito”. Las amenazas de muerte fueron muchas pero el “profesorcito”, arrostrando siempre el peligro, los enfrentaba, los conminaba a no meterse con los alumnos y sus familias, se mofaba de ellos hasta que un día sobrevino lo inevitable. Un sujeto poderoso mandó a sus gatilleros a amedrentar a la familia del profesor, su mujer y sus hijos y estuvieron a punto de perder la vida en una violenta y peligrosa persecución.
Él de inmediato los envió a Estados Unidos con uno de sus parientes y siguió por un tiempo más al frente de la escuela, aunque todos le advertían que mejor se cambiara, que su vida corría peligro. Las autoridades educativas y civiles, tomaban nota de los sucesos que acontecían en el centro escolar, muy de vez en cuando y como siempre, brillaron por su ausencia cuando todo este doloroso proceso desembocó en un trágico final. Los vecinos encontraron el cuerpo putrefacto del amado y admirado profesor, en su casa, varios días después. La muerte a veces es injusta. ¡Saludos hasta el cielo profe Beto…!