Creer que toda la gente es buena por naturaleza, pues fíjense que no; la maldad existe, más cerca de lo que uno se imagina. ¿O acaso no ha tenido un fuerte problema con alguno de sus allegados? Ya lo dice el adagio: “Los parientes y el sol, mientras más lejos mejor”.
Suponer que todo se va a arreglar poco a poco, para nada; hay asuntos tan torcidos y eventos tan desastrosos en nuestras vidas que ni con una varita mágica podrán solucionarse. Uno sabe muy bien “de qué pata cojea”.
Creer que Diosito, sus ángeles, santos o incluso la misma virgencita, lo van a salvar a uno de sus pecados; eso no va a suceder. Ninguna religión salva. Y “en este mundo tan profano, quien muere limpio no ha sido humano”.
Estar convencidos de que si se actúa bajo los preceptos de la ley, sin tranzas, ni corruptelas, a uno le va a ir mejor, no; la ley sólo aplica cuando le conviene al político en turno o a favor de quienes detentan el poder. “La ley del más fuerte”.
Seguir ponderando lo material más que lo espiritual, el tener más que el ser, el pinche dinero solo sirve para dar comodidad, lujos, comprar afecto y volverlo a uno soberbio, pero no salva la vida. “Poderoso caballero es don dinero”.
Creer que los hijos tienen la obligación de ir a verlo a uno, cuidarlo y protegerlo cuando envejece, no es así, por ello hay que forjarse una vejez digna, sustentada en una sana economía, pero nadie prevé eso.
Dejar de depender de quienes nos rodean, para ello, uno tiene que retirarse de los vicios que lo aquejan para ser autónomo e independiente hasta el último día de nuestra vida. “Al hombre mayor, dale honor.”
Por último, buscar y participar en escenarios adecuados a nuestras expectativas y necesidades: paseos, teatro, bohemias, rodeados de auténticos amigos y poder decir y hacer lo que a uno le plazca sin sentir vergüenza o temor a ser censurados. “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.