Monterrey.- Aún no había pandemia. Departíamos alegres en la reunión al ritmo de la guitarra aquella noche plena de calor humano. Entre cada canto y libación, la anfitriona, nuestra querida Mary, mujer de pueblo, llena de raíces, flores y frutos, nos mantenía absortos contándonos historias desde su vasta sabiduría ancestral. Era de esas mujeres llena de cicatrices en el alma, de esas que no duelen, sino que enseñan… Nos interrumpió una voz desde la calle, del otro lado de la reja…
- ¡Buenas noches…! Señora, no sea mala, cómpreme el último ramito, mire, las rosas están todavía muy bonitas…
Mary comenzó a cuestionar al señor, que si había caminado mucho, que desde donde venía, que porque tan noche andaba vendiendo, que era peligroso, que si tenía mujer, hijos… Y el hombre aquel a todo respondía muy extrañado.
- Permítame un momento… Se desplazó hacia adentro de la casa y regresó con un billete de 100 pesos.
- Tenga… Le dijo al vendedor. - Así déjelo…
- No, señora, el ramito cuesta 25 pesos…
Mary tomó el ramito de rosas, aspiró el perfume que emanaba de ellas y se lo devolvió al señor quien seguía estupefacto, sin entender nada.
- Fíjese muy bien lo que le voy a decir... Sus flores están muy bonitas pero mi casa es muy caliente y es seguro que para mañana se marchiten, que le
parece si mejor se las lleva a su esposa, le compra un pollito o una cenita a ella y a sus hijos y pone el ramito en un jarrón o en lo que pueda en medio de
la mesa, verá que a su esposa le va a gustar mucho y me la consiente esta noche, ¡eh…!
No sin antes agradecer infinitamente, el señor aquel, presa de la emoción y el desconcierto, se alejó apenado por las lágrimas que resbalaban por su rostro. Todos nos dimos cuenta de que Mary también sabe curar del alma y también se nos arrasaron los ojos… ¡Larga vida y salud, querida Mary…!