Monterrey.- Habita en un receptáculo de vidrio craquelado sesgada por el miedo. Insomne, es incapaz de cerrar los parpados con sus ojos infectados por el temor de saberse contagiada. Como un lirio marchitándose, solo sabe del sol por la ventana entreabierta. Ha palidecido por el severo confinamiento en el cual se flagela consuetudinariamente. Solicita los víveres en línea y los recoge en su puerta con un gancho largo. Desinfecta utensilios, ropa, trastos, la casa entera con insospechada angustia. No ha visto a nadie en más de doscientos días. Ha hecho de la virtualidad su modus vivendi. El encierro ha minado irremisiblemente su cuerpo y su alma. Presa en su propia jaula empieza a confundir realidad con fantasía. Su estabilidad mental se encuentra al límite de la locura. Su fe ha sido quebrantada. El silencio carcome sus ganas de vivir. Su ansiedad es insondable. Su arreglo personal es lo que menos le importa. Su estado anímico es deplorable. La incertidumbre condena su probable futuro promisorio. Ojalá y pueda vivir para contarlo.