PEREZ17102022

MICROCUENTOS PARA PENSAR
En el súper
Tomás Corona

Monterrey.- Día X. Rara vez voy a comprar la despensa, tan es así, que olvidé la bolsita para cargar los víveres. Entonces decidí comprar solo leche y fruta. Tampoco encontré una canasta con ruedas y jaladera en el súper. Como pude, acomodé todo entre mis brazos. Había tres compradores delante de mí en la fila rápida.

Les juro que sólo me moví unos 30 centímetros de mi lugar para ver el precio de un chocolate y eso bastó para dar inicio a un simpático e inesperado conflicto. Intempestivamente, una doña con su carromato, ocupó el mínimo espacio que, temporalmente, me pertenecía. Me planté de nuevo donde estaba y empezó la perorata compartida.

–¡Oiga! ¡¿Por qué se mete a la fila?! –No me metí, señora, aquí estaba. –Pues yo no lo vi. –¡Ah, caray! –pensé en toda mi humanidad, 99 kilos, nada más–, pues póngase lentes. –Pues deme para el oculista (¿estará enferma también de allá?, pensé maliciosamente; porque eso sí era, muy cu…riosa).

–¡Achis, qué le dé su marido! –No tengo, soy viuda y me sé defender sola, viejo grosero. –Sí, viuda, sola y agresiva… (lo de “sola” llevaba “colita” para refrendar su amargura o, mejor dicho, su carencia de afecto; gente necesitada, usted me entiende, ¿no?).

–¡Óigame, cómo se atreve, viejo cabrón! –Usted empezó. “El que se lleva se aguanta”. Y que me golpea el cuadril con el carromato, encabronadamente furiosa. –¡Quítese a la chingada! –¡Epa, ¿por qué me golpea? !Eso sí no se lo voy a tolerar… ¡vieja desquiciada!

Simultáneamente, ya “caldeados los ánimos”, resonó el eco de voces, solidarias y contrarias, como siempre. –¡Ya cálmese, señora, le va a hacer daño; dele chance al señor, mire cómo viene cargado. –¡Ya señora, párele a su pedo y usted también don. –Ya señor, tranquilo. 

–Yo estoy tranquilo –afirmé. Y no me voy a mover de aquí.

Fue entonces cuando se transfiguró de apacible viuda a bruja maledicenta. Y empezó a gritonear con un trasnochado discurso feminista.             
   
–Por eso estamos como estamos, ustedes los pelados la quieren tener a uno donde pisan y se les hace poco que seamos sus sirvientas. Nos manipulan, nos humillan, nos ningunean delante de la gente y nos hace sentir que somos miserables y que no merecemos nada… (entre otros improperios).

Fue entonces cuando mi corajito se convirtió en preocupación. Pobre mujer (pensé), era fácil imaginar el infierno que había vivido con su marido y, seguro estoy, que lo extrañaba mucho. Es así, la idiosincrasia y sumisión de la típica mujer mexicana que no ha despertado de su ancestral letargo y sojuzgamiento.

Conste que no soy misógino, por el contrario, he apoyado siempre las causas auténticamente feministas y creo firmemente en una equidad de género equilibrada. Pero sé también que está muy lejos de concretarse en nuestra jodida sociedad mexicana. 

En aquella tormenta, de gritos que, como rayos, caían sobre mí, pensando que vendría un gerente a llamarnos la atención y previendo que podría ir a parar a la cárcel con todos mis huesos, porque conozco el actuar de la inicua CNDH; me amarré un “toluco” y, muy a mi pesar de macho herido en lo más profundo de mi ego, decidí moverme a otra caja. 

Todavía no sé si existe el karma, pero la clientela fluyó rápido y salí antes que la histérica mujer. Ni tardo ni perezoso le regalé una de mis mejores sonrisas y recibí a cambio una fulminante mirada, desde una cara rabiosa con los fauces abiertas y sendos y filosos colmillos, dispuesta a devorarme entero.