Monterrey.- Solo… Nunca jamás quiso estar así, pero lo estaba. Inmensamente solo... No fue el destino, el desamor, el abandono, ni siquiera esas ganas de estar a veces desconectado del mundo. Arbitrariamente solo... Podía percibir los sonidos más inaudibles como el aletear de una mosca, el crujir de una puerta movida por el viento, el ulular de las hojas arrastradas por el otoño, los ruidos del silencio. Completamente solo... Carne desnuda, indefenso, vacío, despojado, triste, incapaz de romper sus ataduras existenciales, de liberarse de los atavíos y convencionalismos sociales que lo asfixiaban. Desesperadamente solo... Sentado en su silla de paja elucubraba en su mente su fructífero pasado, su crudo presente, su desgarrador futuro. Insoportablemente solo… Lo había perdido todo, su casa, empleo, familia, amor. Quiso escaparse por la puerta maldita y condenada, pero también era cobarde. Devastadoramente solo… Y se puso a llorar como náufrago por su perdida alegría, inundándolo todo…