Monterrey.- Uno tiene sus modos, sus mañas, sus vicios, sus vanos deseos y subterfugios, pero por lo menos uno ama a los animalitos. Tengo un vecino que no… Recién rentó la casa de al lado y… ¿Qué creen que hizo…? Destruyó con saña el nido que las golondrinas habían hecho en un rincón de la cochera, ¡animales cochinos!, decía, ¿mira nada más como tienen cagado todo el barandal? ¡A la chingada…!
Y con una escoba ahuyentó a los críos que muy apenas pudieron volar y, mientras destrozaba el nido, seguramente fue mamá golondrina la que se regresó a atacar al fulano, yo nunca había visto que hicieran eso, se los juro, y aturdida por un certero escobazo cayó al piso de donde apenas pudo incorporarse y salir volando. La familia completa se alejó velozmente surcando el viento. ¡Esas no volverán…! Dijo el energúmeno aquel.
¿Conocería el babalucas el hermoso poema de Bécquer…? Lo dudo. ¿Sabría el muy fantoche la hermosísima y sugerente historia de que las golondrinas anidan en las casas llenas de amor, de armonía y paz…? Ni pensarlo. ¡Ching…! Pensé y uno deseando que un día unas golondrinitas lleguen a anidar a la casa…