Monterrey.- Paradójico el proceder de los escritores, hasta el grado que no atinas a comprenderles. Oscilan entre el total aislamiento y la gracia de la divinidad.
Los auténticos, sabedores de su oficio, solamente se muestran, pues confían en la calidad literaria de su obra, la cual habla por sí misma, incluso sin necesidad de laudos, reconocimientos y premios mal merecidos.
Los hay de todos los niveles, perfiles, colores y sabores, desde los más humildes hasta los más petulantes, los más excelsos hasta los infinitamente mediocres, los principiantes hasta los consagrados, los más floridos hasta los más amargos.
Son tan discordantes a veces que asemejan las cuerdas reventadas de un laúd. O tan veleidosos que se sienten como la Venus, emergiendo de las aguas (la Venus de Botero, ¡jajaja!)
Muchísimos de ellos confirman aquella vieja consigna de ser excelentísimos poetas, pero pésimos seres humanos, por la explosiva relación que tienen con el mundo, con las personas, e incluso con ellos mismos, es decir, ¡ni ellos sólo se aguantan! Y pululan por allí convencidos de que la galaxia entera, la vía láctea, gira en torno suyo.
Existen algunos pobres ilusos que paren versos o historias en el camión, en el metro, en la calle, por la mañana, en unos cuantos minutos. Y son tan… audaces, que se atreven a leerlos, ese mismo día, por la tarde, en un micrófono abierto. Les informo, a menos que tengan el oficio bien arraigado, eso no es ser escritor y mucho menos poeta. O tal vez sí, un poeta mediocre.
Hay otros seguidores de becas, premios económicos, estímulos espirituales como un simple diploma, que les ayudan a ensanchar su fama; como si nadie supiera de los compadrazgos, amiguismos, condonaciones, lucros y mafias entre las que se realizan esas premiaciones; salvo honrosas excepciones, por supuesto.
Hoy quiero referirme a un escritor de la vieja guardia, de esos raros que andan por allí, que te invitan a presentar uno, dos, tres, cuatro de sus libros y cuando los presentan en otro lado ya no eres requerido.
Francamente no me siento despechado, pero sí excluido y eso nunca me ha gustado. Es una pena que su vanidad lo pierda, porque es buen escritor. Por mi parte tendré que ser más cuidadoso y selectivo con mis “sí” y con mis “no”, la próxima vez que me inviten a presentar una obra literaria.