Monterrey.- Como el fósforo de los huesos que se enciende intempestivamente en los cementerios y la gente común confunde con almas en pena, así pasará a la historia su monárquico y pretencioso reinado.
Sí, como una fugaz luminiscencia que la sabiduría popular define acertadamente como una “llamarada de petate”.
¿Qué pensaría cuando aquel jugoso botín político, por azares del destino, cayó en sus inexpertas manos de “nini” consentido?
Aquel enorme juguete caro, con su compleja e intrincada maquinaria; aquel magnífico cetro de poder que sin querer adquirió, rebasó todos sus límites y expectativas, es decir, pensó que dirigirlo y operarlo era tan fácil como publicar mensajitos cautivadores e “inocentes” en las redes (“tiktokear” e “instagramear”, valga el neologismo); pero su total inexperiencia en lides políticas, comenzó a notarse desde los primeros meses de su gestión.
Su confianza en otro poder, el mediático, que perversamente utilizan los manipuladores “influencers”, a través del cual logró persuadir a cientos, quizás miles de conciencias ingenuas, esas que rápido se enganchan con lo frívolo y superficial, tan común en nuestros fútiles días; fue su perdición.
Usó tanto ese poder que cayó en la extravagancia, ficción y ridiculez, junto con todo su séquito. Su gracia, simpatía y empoderamiento fueron decayendo poco a poco, hasta rebasar los límites de la ignominia.
Seguro ya se percató que “payasear” es totalmente distinto a actuar con inteligencia política.
Muy probablemente será recordado como un príncipe encantador, que no supo qué hacer con el fabuloso, acaudalado y poderoso reino que se le otorgó.
Todo se le vino abajo porque a quien crea un mundo alterno, de puro caramelo, rápido se esfuma, se extingue; o construye castillos en el aire, que tarde o temprano igual se derrumbarán.