Monterrey.- Aquel festín de animales carroñeros parecía apocalíptico. Las carnívoras hienas saciaban su feroz apetito con infinito placer. Los coyotes aullaban de contento con cada nuevo cadáver que caía entre sus garras y lo destrozaban inmisericordes. Los buitres disfrutaban afanosos la carroña de las víctimas que otros depredadores dejaron. Los cuervos degustaban los sanguinolentos ojos con fruición insospechada. Las cucarachas y gusanos acababan por extinguir aquellos cuerpos otrora rebosantes de vida. Pero era el zoo humano, el más cruel y despiadado de todos, el más insaciable, quien provocaba todo esto.