Monterrey.- Amanece. Todo tranquilo. El tonillo musical de tu cel te avisa que llegó un mensaje, uno más, del banco que estás a punto de abandonar por lento, burocrático y fraudulento.
Es el pago de un seguro por 1529,50 pesos. ¿Por qué no redondean el maldito número? Recuerdas cuánto se roban en ese perverso juego centavero y te da corajillo. No recuerdas haber solicitado, y menos autorizado ese seguro.
Esperas a que den las ocho y te lanzas al banco dispuesto a defender tus derechos. La economía no está para derrochar y menos con un seguro que no necesitas, porque ya tienes dos. Ni siquiera sabes de que es el mentado seguro.
Llegas y preguntas por Arturo, tu casi asistente personal por tantos años en el banco y te sorprende saber que por fin lo movieron a una sucursal más cercana a su lugar de residencia, bien por él, concluyes.
Un buen hombre, sin duda, porque te dejó en las mejores manos con la señorita Sandra. Sabes bien que el problema no son ellos, sino el mugroso banco, por eso lo estás dejando después de tantos años.
-¿En qué le puedo ayudar? Quiero cancelar un seguro que no solicité y menos autoricé, ni siquiera sé de qué es… Raudamente abre la pantalla de su computadora, dos o tres llamadas y me entrega, entre otros, un número de póliza y el de una línea telefónica a donde debo llamar para cancelar el indeseado seguro.
Por cierto, un seguro de vida que me otorgaron “gratis” (solo la promoción porque cuesta 18, 000 pesos diferidos en un año), por mantener limpio el estatus de mi cuenta de nómina (¿o sería por un préstamo que solicité? Los “ejecutivos” te cuentan tantas cosas…) Paradójicamente fue la portabilidad de mi nómina la que cambié a otro banco, pero no dije nada y no dejé que me hiciera enojar la susodicha y amañada promoción.
Muy orondo, me dirijo al mostrador de la entrada, hago la llamada y una tipa estúpida, no puedo llamarla de otra manera, una tal Naomi, me dice que en mi perfil bancario (no sabía que eso existía), no aparece ningún cobro de ningún seguro, que revisó bien todo mi expediente y no aparecía nada de nada. Me pregunta si no tengo otra cuenta en el banco. Le respondo que no le entiendo, ¿para qué querría otra cuenta?; le insisto que tengo evidencias de que el cobro y el pago se hicieron; me dice que ella no puede hacer nada, y es una de los responsables de la cancelación de seguros, eh… ¡imagínense! Me transfiere la llamada, no sé adónde y me cuelga la hdspm.
Vuelvo con la señorita Sandra, ya bastante azucarado, por cierto, y le comento lo que sucedió. Me dice que si puede hacer una llamada en mi celular, que es más rápido, le digo que sí y se reinicia de nuevo el proceso.
Responde otra mujer, Marisela, con acento venezolano y mucho más amable que la anterior. Le explico de nuevo lo del seguro, lo de las evidencias, después de un rato da con la información y me insiste, por lo menos durante media hora, que no cancele el seguro.
Mi respuesta fue siempre la misma: cada vez que abría la boca yo respondía: “lo voy a cancelar”. Me ofrece otros seguros más económicos, contra accidentes, enfermedades, y mi respuesta cambió de giro: “no me interesa adquirirlo”.
Después de perder la batalla contra mi obstinación, la mujer se resigna, me entrega el folio de cancelación del seguro, y me indica que en un lapso de 12 días, se cancelará, y además se hará la devolución del cobro indebido que me hicieron. Eso espero, porque entre tanta tranza y corrupción, la vida lo ha vuelto a uno desconfiado.