Monterrey.- Ninfa tiene 27 años de servicio en la docencia. Soltera. Es de las profesoras que viste con zapatos cerrados, medias, traje sastre, nunca vestidos indecorosos, chongo en forma de cola de caballo y usa lentes, atuendo que la convierte en una típica maestra de antaño (¿o ya atípica…?). La virtualidad tecnológica le llegó de pronto, de golpe, con un sobresalto, como un alud, un temblor, un tsunami. Ella no sabía nada de eso y aprender le costó noches de insomnio, impotencia, rabia, desesperación… las palabrejas “Google Meet”, “Classroom”, “Zoom”, “App”, “Screenshot”, entre muchas otras, sonaban a su oído como si fueran de otro planeta. A veces le daban ganas de renunciar y aventar todo a la fregada. Sin embargo, aprendió y aprendió bien. Buscó apoyo, tutoriales, los sobrinos, y puede decirse que logró dominar un 80% las herramientas tecnológicas que utilizaba para sus clases. Una de esas tardes que tienes que salir de tu encierro por razón necesaria, la saludé en el área de consulta del servicio médico.
- ¡Hola amiga…!, ¿cómo estás...?
- Pues… Regular… ¿Y tú…?
- Aquí batallando con mi hombro, desgaste del “manguito rotador”, los años no pasan en vano… Pero por qué regular…
- Pues fíjate que me acaban de diagnosticar glaucoma y con la pandemia, por tantas horas en la pantalla se aceleró el mal, veo borroso, tengo visión doble y
me duelen mucho mis ojitos, ya sabes como soy, revisaba más de cien evidencias diarias, ¡imagínate…! Es muy probable que pierda la vista muy pronto…
Su rostro moreno se volvió una mueca de angustia. Glaucoma, glaucoma, repiqueteaba el fatal diagnóstico en mi cabeza. No supe qué decir. Que política educativa tan inhumana y que crueles quienes la dirigen, jamás consideraron el estado anímico y de salud de los profesores de la vieja guardia, muchos de ellos enfermos por el estrés, entre otros factores de riesgo, además de poner su casa, su celular y su lana al servicio de los alumnos. Y todavía les jinetean el aguinaldo, no tienen vergüenza…