CORONA310820201

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Hijos de su sagrada madre
Tomás Corona

Monterrey.- Atado a su lecho de enfermo ve pasar la vida sin esperanza, lo sabe bien. Tocas discretamente, la hija, con cara de yo no fui, abre la puerta…

- ¿Cómo sigue el compadre…?

- Muy mal.

- ¿Y qué esperan para llevarlo a un hospital…? ¡Ya son muchos días…!

- ¡No! Para qué, ya está más para allá que para acá… No queremos contagiarnos…

     Decidido, entras a la habitación. Un fétido olor hiere tu olfato. Sábanas repugnantes, vasijas con comida putrefacta, ropa sucia, trebejos por doquier y en el tálamo un esqueleto viviente sitiado en aquel deprimente marco de mierda, tristeza infinita e indolencia humana.

     Sin importar los riesgos te acercas, lo conminas a levantarse, imposible. Tomas una cobija del closet, lo sientas, lo arropas, lo levantas y sales cargando ese mísero bulto de cuyos ojos hundidos brota un manantial de agradecimiento que va dejando un río de agua salada mientras los hijos bastardos corren a esconderse en sus respectivas habitaciones. No tienen madre.

     Mil filtros en el hospital Covid. Fueron pocas horas para el desenlace fatal. Luego te entregan una pequeña caja negra que guardaba los restos de tu gran amigo. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Rezas un poco mientras te diriges a casa de los monstruos.

Dialogas con tu compadre argumentando que “al rato lo alcanzas”, sobre todo si te contagió esa chingadera. Ríes, estás seguro que él te escucha. Empiezas a añorar los gratos momentos que pasaron juntos en aquellas noches de bohemia.

     Llegas, tocas de nuevo la puerta, ahora es el malagradecido hijo quien te abre. Rechaza brutalmente las cenizas de su padre. No quiere contagiarse, dice el pendejo… Entras, colocas la caja en una alacena y sales contento por tu obra, con la satisfacción del deber cumplido.

     Hijos de la chingada, balbuceas. Ignoras que todas las pertenencias de tu camarada, igual que él, fueron incineradas, incluidas la cama y el colchón, su habitación exageradamente desinfectada y sus cenizas echadas al excusado en el mismo momento que saliste de aquella casa donde no habitará nunca el amor.