Monterrey.- Marcelo, enfermero de profesión, jamás espero ese regalo tan grande de la vida. Casi todos sabían su preferencia sexual y él nunca hizo nada por ocultarla. Don Federico llegó muy malito al hospital por una colitis mal atendida que se convirtió en una peritonitis aguda. A Marcelo le tocó atenderlo y prepararlo para la operación. De inmediato hubo química entre ellos, por la simpatía y amabilidad de uno y la ternura y carisma del otro. Pero había un tercero, Glafiro, otro ancianito quien se aferraba fuertemente a la mano de don Federico durante el trayecto y las estadías en los diferentes departamentos donde hacían los estudios a su amigo. Finalmente lo operaron y al parecer todo iba bien.
Después de algunas horas, Marcelo pasó a la habitación del hospital para hacer la visita de rutina y saludó efusivamente al par de dulces ancianos, sus nuevos amigos. – Mira que buen muchacho nos hemos encontrado Glafiro, es como un ángel... – No exagere, don... Dijo riendo el muchacho. – Lo que pasa es que me gusta mucho mi trabajo... – Queremos que seas nuestro amigo, dijo el viejo sonriendo también... – Si mijo… Dijo don Glafiro. – No dudes en acudir a nosotros si algo necesitas... – Muchas gracias estimados amigos, son ustedes unos amores… Dijo el joven antes de retirarse.
No cabe duda que la vida es muy cruel a veces, cuando Marcelo llegó al otro día al hospital encontró una cama vacía y una habitación solitaria donde estaban los viejos. De inmediato indagó y don Federico había fallecido en la madrugada por una complicación. Cuando encontró a don Glafiro estaba deshecho, devastado por el dolor, con una urna nacarada entre sus brazos. – Tengo que decirte algo… Le dijo. – Federico me hizo prometerle antes de morir que cuidaría de ti y tú de mí, así que hoy mismo iremos por tus cosas para que te vengas a vivir conmigo, ya sabes para qué, ¿verdad?
Marcelo no dijo nada, también actuaba como autómata, hasta que llegaron a la residencia de los viejos, situada en uno de los barrios más lujosos y sofisticados de los Ángeles. Hermosísimos jardines, un elegante y gigantesco lobby, muebles finísimos por todas partes, más de 20 ostentosas habitaciones, en fin, el buen gusto imperaba por todas partes de aquella fastuosa casa. Cuando don Glafiro le entregó las llaves de un Mercedes-Benz, arguyendo que era su nuevo dueño, Marcelo no podía creerlo.
Tristemente no fueron suficientes las fogosas horas de entrega total entre el viejo fauno y el candoroso adonis. Don Glafiro falleció de cáncer a los dos meses, siguiendo quizá hasta el infinito al amor de su vid. El notario leyó pomposamente el testamento. Los parientes de Federico y Glafiro fueron compensados con sumas poderosas de dinero y jugosas pensiones, mientras que, heredero universal de una cuantiosa fortuna, a sus 26 años, Marcelo se volvió uno de los jóvenes más ricos y felices del planeta.