Monterrey.- Nació y creció en el campo, al aire libre, el cielo era su techo y la llanura montañosa su espacio. Pobre animal, aunque es grande, fuerte, robusto, hoy padece estoicamente las atrocidades de su encierro. ¿Cómo llegó allí…?
Simple y llanamente se dejó llevar por la ilusión de tener una nueva forma de vida, en otro lugar, con otra gente, donde él sería el rey, el consentido, el más querido y adorado por todos.
¡Oh, decepción!, sin esperarlo, un día lo amarraron a una pesada cadena y lo recluyeron en un reducido claustro en el que apenas puede moverse.
Desde ese fatídico día aúlla su callado dolor, remolinea su cuerpo con violencia hasta hacerse daño, sin entender por qué el cruel destino lo llevó hasta allí. Apenas si ingiere alimento, pervive quebrado por la angustia y la ansiedad poco a poco va venciendo la calma. No sabe qué va a suceder, la espera para lograr de nuevo su libertad es larga y dolorosa. Mientras tanto se va volviendo cada vez más irritable y desde su infeliz buhardilla le gruñe a todo lo que pasa: una mosca, un ruido, pasos y decanta con la luna su tristeza con lastimeros ladridos que nadie escucha.
No sé si las bestias comprendan cuestiones como la impotencia, la injusticia, la arbitrariedad, lo que nunca entenderé es por qué la gente es así, tan inconsciente, con respecto al cuidado de un animal. ¿Cómo es posible que un perro pueda sobrevivir encerrado en un cuartíbulo de 2 por 2 metros?
Tener una mascota implica una enorme responsabilidad que pocos asumen: cuidados, vigilancia, atención médica veterinaria, reprimendas cuando haga mañas indeseables…
Y allí están las consecuencias…