Monterrey.- A propósito del pasado día del libro que se celebra a nivel mundial, desde aquel decreto que atinadamente aprobara Alfonso XIII, rey de España, el 23 de abril de 1926.
¿Por qué el 23 de abril? Porque la fecha coincide con el fallecimiento de dos monstruos de la literatura, nada más y nada menos que Shakespeare y Cervantes; y también, en menor escala (no tan monstruosa), se adhiere la muerte de Garcilaso de la Vega.
Desde aquel entonces todos los lectores somos felices, y cabe señalar que el día del libro se celebra cada vez que alguien termina de leer uno, es decir, todos los días y a toda hora.
Según el Módulo sobre Lectura (MOLEC) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), los mexicanos leen en promedio 3.4 libros por año, sin embargo, en este 2024 ha disminuido a 3.2, aún considerando la vertiginosidad con la que se editan millones de libros actualmente, gracias al apoyo de la tecnología. Infortunadamente, lo digo “con pena ajena”, muchos mexicanos pasan su vida entera sin leer un libro tan solo por el exclusivo placer de hacerlo y, pasando a otro tema, bastante irónico resulta que en la celebración del día internacional del libro y los derechos de autor, las “casas editoriales” regias, que de regias nada tienen (más bien parecen “tejabanes editoriales”, por su endeble y dudosa calidad editorial) tampoco ofrecen y menos garantizan los derechos de autor. Nos consta.
No está de más decir que la mayoría de ellas publica las obras desvinculada del Instituto Nacional del Derecho de Autor (Indautor), dependencia encargada de proteger y resguardar los derechos de los autores de distintas obras: libros, pinturas, canciones, esculturas, y con respecto al identificador internacional, ISBN (mejor no digo nada).
De hecho, editan y publican los textos narrativos o poéticos (y maliciosamente, porque he leído algunos, me concedo el beneficio de la duda con respecto a su calidad literaria) como para venderlos en la tiendita de la esquina, disminuyendo la posibilidad de que sean promocionados más allá de la frontera provincial que los limita y condena a su pronta extinción.
Conmino a las editoriales regias a desperezarse, abrir las alas y volar hacia otros lares llevando la letras más allá de la estrechez local. Está de más decir que primero tendrían que hacer sinergia y dejar de darse picotazos en esa feroz y mal intencionada competencia que acostumbran e irremediablemente las llevará al fracaso y con relación a aquellas pseudo editoras que lucran y hacen fraude con los escritores, mejor cierro el pico y les digo: ¡vamos todos a leer!