Monterrey.- Regresas con la ilusión de que algo haya cambiado, esperando encontrar algo nuevo pero no sucede así, tal parece que el tiempo se hubiera detenido en aquel vetusto templo del saber, en aquella colonia olvidada de Dios y de las autoridades educativas.
Las mismas agrietadas y descoloridas paredes de siempre, las desvencijadas ventanas de palanquita, la insegura y enmohecida puerta, los mismos bancos viejos, el destartalado escritorio, el piso quebrado y desgastado por el uso, la ausencia total de materiales didácticos.
Con una fingida mueca de esperanza y resignación que no hacía mella en su férrea e inquebrantable vocación, saludó a aquel montón de descuidados chiquillos escuálidos, clara muestra de su pobreza, abrió la enorme bolsa y comenzó a repartir los útiles escolares que había recolectado entre familiares y vecinos y se dispuso a enseñarles el mundo.
Los nuevos libros tampoco habían llegado, ya vería cómo hacerle para conseguir por lo menos los del año pasado. Tenía muchas ideas, soñaba con hacer grandes cambios en aquel pauperizado contexto social, pero también estaba consciente de que era una tarea titánica, una misión casi imposible para hacerlo ella sola y, tristemente, nadie la apoyaba, ni padres, ni directivos, ni colegas, ni autoridades de la sep; y concluía con tristeza sin amargarse (todavía).
¿Cómo cambiar aquello, cómo realizar innovaciones educativas en un medio tan adverso, en una comunidad escolar que no le interesaba salir del agujero en el que se encontraba?
Pensar que hay muchas escuelitas así, tan lejos de los ideales de la NEM (Nueva Escuela Mexicana) que, seguramente, al chocar con realidades escolares como ésta, será una utopía más, imposible de alcanzar.