Monterrey.- No son tan inocentes. Después de mediodía atraviesan por mi casa como demonios diciendo barbajanada y media. Jovencitos y jovencitas, da igual. Palabras soeces y gritos histéricos, desaforados, bestiales, brotan de sus labios como de pútrido manantial. Los padres y la escuela ya no pueden con ellos. Hace tiempo que los rebasaron. A los padres por irresponsables y permisivos y a los maestros por adocenados y anacrónicos.
Han hecho del Internet su biblia y de las normas un burlesco y flagrante rechazo. “Yo destruyo y papi paga” parece ser su paupérrima filosofía de vida. Los he visto llorar y reír, simultáneamente, como locos, por un pseudo amor fallido, por el acoso de que son víctimas, por un simple regaño, o porque sí. La vulgaridad es su modus vivendi, aunque en casa los consideren auténticos angelitos.
Manipuladores naturales, esgrimen con astucia sus argumentos para lograr todo lo que quieren. “Y que, son mis hijos, quiero darles lo que yo nunca tuve para que no sufran…” Eso dicen los papis y mamis solapadores, sin percatarse de que están creando futuros delincuentes. ¿Sabe usted donde se reúne su hijo o hija…? ¿qué hacen en sus partys…? ¿quiénes son sus amigos…?
En fin, como murciélagos en fuga, abejas miopes, ardillas desquiciadas, hormigas errantes, cucarachitas humanas, la mayoría de los jóvenes de hoy van mostrando descarnadamente su pobreza existencial, su vacío interior, su recalcitrante hedonismo, su impostergable necesidad de ser amados, sus inefables ganas de destruirlo todo y volver a nacer en un mundo un poquito mejor. Pobrecillos, tan solos, lo tienen todo y no tienen nada…