Monterrey.- Hoy la vi, relativamente cerca, y pude percibir con claridad sus ensayadas poses. Escuálida, serpenteante, vivaz, se movía como pez en el agua, en ese mundillo farandulesco en el que habita y que tanto le gusta. Su sonrisa congelada, sus manos largas, sus piernas cortas la semejaban a una “muñequita de rococó“ contemporánea, ataviada con lujosos aditamentos y un vestido que envidiaría cualquier top model, probablemente diseñado por un sastre famoso, pagado con sus ganancias como “influencer”, que para eso es la lana, para derrocharla y darse uno sus gustos.
Perfectamente maquillada y acicalada, parecía que iba a encabezar un desfile de modas aunque sólo fuera a misa, a un evento eclesiástico de clase mundial. Es muy probable que sus fans (fanáticos) le hubieran encontrado parecido con la mismísima virgen, pero se veía tan ramplona, artificiosa y acartonada que si le quitaran todos esos atavíos, quedaría solo una muchachita minúscula, pálida, sin chiste, con “demasiados huesos”, como dice la canción de Serrat.
Abominable ese modelo femenino de la “Bárbara” gringa que intentan imitar nuestras jóvenes, cuando podíamos habemos quedado con la piernotas de Ana Bertha Lepe, las voluptuosas lonjitas de Marilyn Monroe o las “bubis” de la “chchichi bum” (el que entendió, entendió).
En fin, allí estaba, toda perfección imperfecta, “Garza la divina”, como dice un amigo escritor, sonriéndole al mundo, sabedora de su falaz seducción, de su fingido encanto que convence solo a las conciencias ingenuas, como la de aquellos incautos que enajenó durante la contienda electoral.
Recordé que una vez en Barcelona, en el parque Güell, andaba una muchachilla flaca e insulsa pero un tanto turgente, y alguien dijo, es “Britny Spirs”, pero aquí anda como si nada porque los españoles “no la pelan”, de hecho no quieren a ningún gringo. Recordé también a “Shakira”, a la que alguien llamó una “flacucha caderona con suerte”. En fin, anda por allí, pomposamente, un montón de afortunadas féminas, truqueadas y empoderadas en las redes sociales; pero la que describo, ¿estará consciente de su importante rol social y la trascendencia de sus actos en el vaivén cotidiano de la política nuevoleonesa? Todos los y las “influencers” son un nuevo, alienante y peligroso medio de contaminación psicosocial, un placebo mediático.