Monterrey.- Eran dos, uno activo, echando los papeles del bote en una bolsa negra y el otro despistado, con una coca en una mano y una bolsa de cacahuates en la otra. Situados en la amplia banqueta, junto al área de urgencias del hospital. El despistado conmina al activo a que deje de trabajar un momento para platicar. Se resiste, arguyendo que hay muchísimo trabajo por hacer. El otro le dice que no pasa nada. Se acerca un tercero caminando despacio, como caracol, de hecho, así le dicen, “por arrastrado y baboso”, seguramente.
Lo saludan y le preguntan que hace, responde que nada. Pasa media hora de plática, aunque los tres están en horario de trabajo. El “Caracol” comenta que vino a cubrir a alguien, pero que es mejor el horario de trabajo el fin de semana, su favorito, porque no hay nada que hacer, ni tampoco hay gente cochina que viene a ensuciar el nosocomio. Pasa otra media hora, ríen, se carcajean, “hablando de mujeres y traiciones”, de borracheras, de la falta de dinero, en fin, de las adversidades de la vida.
El intendente activo se va, los otros siguen en la “chorcha”. Cabe hacer una analogía de la escena, en las escuelas, cuando no había pandemia (y esperando que pronto pase esa difícil situación), sucedía y seguirá sucediendo exactamente lo mismo con los señores intendentes, dueños de llaves, objetos, espacios, rincones y secretos que guardan las instituciones escolares. De los sanitarios mejor ni hablar. Hospitales y planteles educativos, dos de los sitios que deberían permanecer siempre higienizados. Por cierto, ¿su escuela cómo está…?