GOMEZ12102020

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Intestado
Tomás Corona

Monterrey.- No fueron muchas las propiedades que dejó, más bien fueron deudas pues todo su capital lo tenía invertido en sus pequeños negocios, los acreedores voraces se cobraron “a lo chino”, agenciándose el doble o el triple del valor de la deuda. El viejo Jeremías, chapado a la antigua, no tuvo nunca la precaución de preparar un testamento para repartir su herencia entre sus vástagos y sus familias. Viudo desde hacía varios años, menos le importó visualizar el futuro, vivía enterrando el cuerno en sus negocios y en una que otra putilla que contrataba por allí.

     Y como siempre sucede, los nobles y buenazos hijos, se convirtieron de pronto en hienas y buitres, azuzados por las nueras y yernos del viejo, quienes nunca ocultaron su innoble deseo de despojar al viejo de sus bienes y quedarse con todo, como viles animales carroñeros. La ausencia de un testamento agravó la situación. Y comenzó el dilema legal. Nadie se atrevió a entrarle por el costo que implicaba “arreglar” un testamento post mortem.

     Al paso del tiempo todo se fue perdiendo en la vorágine de la envidia, la codicia y la ambición desmedida, solo quedaba la antigua casona, un tanto ruinosa, de esas con zaguán, un montón de recámaras, patio y traspatio, que había pasado de generación en generación hasta llegar al viejo Jeremías. Primero fue una hija, luego un hijo y luego otro y otro, quienes se fueron posesionando de la casona e indistintamente eran sacados por el siguiente, cambiando chapas, echando los tiliches a la calle, con apoyo policial, enviando raterillos, incendiando parte de la casa, o a punta de guamazos, que fueron distanciando poco a poco a la familia hasta volverlos unos completos extraños.

     Convertidos en acérrimos e implacables enemigos, lo único que lograron aquellos ingratos hijos, fue que la casona quedara en el más completo abandono. Da tristeza ver su derruida fachada, los muebles destrozados, los pocos objetos ya ausentes por el saqueo incontrolable de los ladronzuelos. Aún hoy, la céntrica mansión sigue cayéndose a pedazos, presa del vandalismo y los indigentes que temporalmente la habitan. Ni que decir. Así eran las familias de antes, nada violentas, muy lindas y, sobre todo, unidas…