Monterrey.- La modernidad y el anacronismo perviven en la ciudad. Solo basta una lluvia prolongada para sacar a flote la miseria de su urbanidad y la incultura ecológica de sus habitantes. En lugar de un luminoso arcoíris después de la tormenta, aparecen toneladas de basura por doquier y obras urbanas destruidas por el descuido y la ínfima calidad de los materiales que se utilizan para construirlas, dejando jugosas ganancias al gobernante en turno.
La falta de cultura ecológica (así como la cultura vial, la sexual, la ética) constituye una falla de origen que pudiera corregirse desde la escuela, pero también desde casa. Los regios habitan en una suciedad envilecida y mugrienta. No solo los ríos, los mercados, las calles, los cerros atestados de basura, son un claro ejemplo de indignidad y falta de la más mínima ética, de la más elemental responsabilidad social.
Cabe señalar la voracidad de las empresas constructoras y los dueños de los terrenos quienes, como viles depredadores ambientales, han construido casas ricas y pobres en lugares no aptos para ese fin, donde antes existían caídas de agua naturales y asentamientos acuíferos que ahora se tornan en serios problemas sociales que provocan psicosis en sus residentes cada vez que llueve, esto aunado a la terquedad de algunos lugareños empeñados a vivir en las márgenes de los ríos.
La presa “Rompepicos” ácidamente vituperada durante su construcción y ahora en disputa para alabar al partido o gobernador “que la construyó”, como si hubiera echado paletadas y llevado carretillas de cemento y arena por lo menos para hacer uno de sus bordes, es una obra magnífica, de las pocas que han resultado útiles a toda la sociedad regiomontana, no como “el falo del comercio”, el asta del Obispado y sus costosísimas banderas o el puente “atarantado” que para nada sirven.
Allí está, esperando desde la inundación de 1909, la de 1933, la del huracán “Beulah”, en 1967, la del “Gilberto”, en 1988 y ahora “Hanna” en 2020, sin descartar la destrucción provocada por el “Alex” en el 2010, aun considerando que la “Rompepicos” amainó su poderoso caudal. Allí está, pendiente todavía, la construcción de un drenaje pluvial profundo que nos salve del terror vivenciado en cada tormenta. A ver qué gobernante, con suficientes cojones, se anima a construirlo.