Monterrey.- Un día se hicieron novios la beata y el ateo, que asunto tan feo. Ella era sesentona y con pensión chingona, él haragán y treintañero, apenas “el canasto pa´l garrero”. Ella a muerte lo celaba, el se sentía feliz, como en el lodo la lombriz. Siempre, con fruición lo consentía y él mamando de su ubre (literal) qué bien se sentía. Le compraba ropita y accesorios y él elucubraba, que pinche vejestorio. Sí, él le daba infinito placer, al fin eran hombre y mujer. Un día decidieron matrimoniarse, Dios nos ampare. Ella toda de encajes y brocado, ya todo le había dado. Él lo pensó muy bien y después de innumerables peripecias, jamás llegó a la iglesia…