La fodonga, ni qué decir, todos somos así, “normalitos”, y así vestimos, cómodamente, cuando vamos al servicio médico. ¿Eugenia?, dijo la fodonga… ¿Lucía? ¿Eres tú? ¡Qué te has hecho en todos estos años! Dijo la glamorosa con la consabida papa en la boca, y se abrazaron efusivamente ya sin miedo al Covid. ¡Qué bueno que te veo para invitarte a mi cumple! Arribo apenas al séptimo piso, ¿sabes? Expresó la glamorosa. Y voy a celebrarlo en grande, tú sabes como soy, seguro te has de acordar de mis celebraciones…
De hecho, serán dos festejos, uno en “La Madalena”, que está en San Pedro, ya sabes, ahí por Margáin, por mi barrio; por cierto, estoy pidiendo 2 mil 500 pesos como cuota de recuperación, el bufet que ofrecerán es delicioso y no se te olvide el regalito, ¡eh! Al otro no sé si puedas ir, manita, será en el “Great Mediterranean Restaurant” de Las Vegas, ¡Sí, en Las Vegas! ¡Ay!, es un lugar precioso, ya lo fui a ver… Y la comida, ¡mmmm…! Pero la cuota de recuperación será de 5 mil pesos mexicanos, con una noche de hotel incluida; y por supuesto, tú pagarías el avión…
Mientras oía la perorata de aquella maestra, me preguntaba qué hacía allí, consultando en el módulo de un servicio médico tercermundista, teniendo tantos millones en su haber; y deduje: ha de ser una pobre mujer desquiciada por la pandemia, con sueños de grandeza, mitómana, solterona, obviamente con un ostensible complejo de superioridad, con el que trataba de ocultar su soledad, su mísera vida, su pobreza espiritual, el vacío de su alma…
¿Cuántos seres humanos hay así, tan solos, que se niegan a envejecer dignamente y llevar una vida normal sin importar “el qué dirán”? ¿Para qué ocultar la belleza de la senectud entre “rizos artificiosamente perfumados”? Que el diablo jamás permita que llegue a convertirme en uno de ellos…