Así tenemos que las redes descubren y denuncian las corruptelas de los políticos más honestos, (si es que los hay), mostrando incluso su riqueza mal habida, o te hacen saber con horror que el narcotraficante más buscado era tu simpático y servicial vecino, el dueño de la tiendita o el que rentaba karaokes para amenizar las fiestas y que parecía tan sencillo y tan buen hombre.
También es notoria la exageración de una nota roja que exacerba machaconamente el hecho delictivo hasta convertirla en una lacrimógena telenovela, como hacía, (o hace), “la caja idiota” hasta hace algunos años en “Telerisa”. La “imbófida” (algo así como boba y bofa) autoridad policial dice una cosa y la cruel realidad dice otra. Una pugna constante entre la verdad y la mentira.
Ahí tenemos el caso de la muchacha asesinada envuelto en una parafernalia mediática que se ha desbordado peligrosamente hacia otras direcciones que intentan autocensurarlo, deshacerlo, aniquilarlo, mostrando solo “la punta del iceberg” que oculta el deleznable negocio de la “trata de blancas” en México, que data desde las temibles “Poquianchis”, si no es que antes.
Y así miles de “fakenews” aparecen a diario en todos los medios, entre las que se cuelan verdades amargas, entre líneas, que casi nadie sabe descifrar, mucho menos leer y comprender. La mayoría de los habitantes del mundo, México incluido, rigen su pensamiento y actuar por su conciencia ingenua, aquella que ve todo color de rosa en “un mundo feliz” como el de Aldous Huxley.
Avistamientos de ovnis, mensajes de paz, fenómenos extraños, videncias de videntes que nada ven, diálogos con extraterrestres, curas milagrosas, aparatos de gimnasio supra efectivos, productos mágicos para conservar la eterna juventud, cadenitas pseudoreligiosas, millones de florecitas, ositos y paisajes, pero también secuestros, balaceras, asesinatos, robos, asaltos…
Lo peor de todo esto es la gente que se las cree sin un ápice de análisis de su parte, sin siquiera aplicar el sentido común, sin una pizca de inteligencia; clara muestra del bajo perfil educativo y cultural en el que se ubican la mayoría de los mexicanos, por eso somos adoradores de la mediocridad y falacias que aparecen en las redes, en la radio, en la televisión, en la prensa, en internet.
Está de más recalcar el triste papel de los pseudoperiodistas que venden chayotes al por mayor en los medios de comunicación masiva: Padua, Benavides, Chavana y La Fuente, a nivel local; y Micha, López Dóriga, Aristegui, Trujillo, Alatorre y Loret de Mola, a nivel nacional. ¿Cómo enfrentar sus dislates si tenemos en cero el desarrollo de la competencia espectatorial?
En estos tiempos de virtualidad, en una sociedad líquida determinada por la enajenación, quien posee el poder de controlar lo mediático lo posee todo. Las redes, las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), son como una hidra multicefálica que renace una y otra vez para apoderarse de nuestro indefenso y vulnerable ser generando un severo daño en nuestro estar y bienestar. Somos el “Hombre mediocre” que describe José Ingenieros en su afamado libro.
¿Qué perseguimos como humanos? Esa completud que nunca culminaremos, esa perfección que jamás será lograda aún por los cerebros más brillantes de la tierra. ¿Qué podemos hacer? Desarrollar el pensamiento crítico y la competencia espectatorial desde la escuela, así el futbol y la virgencita de Guadalupe dejarían de importarnos tanto; pero nos falta un siglo de conciencia, como afirma mi amiga mexicana que ahora vive en Inglaterra.