Monterrey.- Son 7 hermanas abominables, violentas y tóxicas. Cohabitan dándose madrazos entre ellas, pero se unen para destrozar aún al enemigo más poderoso. Son de las que se compran un vestido nuevo para cada fiesta, pues qué diría la gente si llevaran el mismo, y se emperifollan hasta el chongo y se ven lindas, aunque parecen prostis de barrio, nomás les falta colgarse el molcajete. Han hecho de la vulgaridad su modus vivendi y del pleito con los vecinos su novela diaria.
En su casa son pichicatas con la comida, pero cuando hay oportunidad, sobre todo en las pachangas de gorra, se atragantan hasta darles diarrea. Cuando van a una reunión piden un taquito para llevar y barren con toda la cazuela. Son así, gritonas, rabiosas, boconas, burlescas y descarnadas como desenfrenadas cacatúas. Una vez, en un cumpleaños a una de ellas la anfitriona le halló casualmente medio pastel escondido en el abrigo, cuando se lo llevaba a hurtadillas, porque se le cayó y se hizo cuacha en el piso.
En la cuadra donde vive cada una de ellas, les temen y las odian, son de las que hacen conflictos donde no hay y les encanta llegar a los separos de la policía cuando se desgreñan con alguien o se pelean por la basura, por el ruido, por las criaturas, por todo. Son envidiosas y crueles, rayan los carros de quienes se estacionan es su espacio y se apropian de todos los espacios libres con sus abollados vehículos. Seguido se desvelan y beben alcohol y cerveza a morir.
Los maridos ni que decir, no entiendo como las soportan. En fin, son 7 hermanas que el demonio juntó. La necesidad es su pan de cada día. Con su vida empeñada, sacan siempre fiado y deben hasta los chones que traen puestos. Marginales, impúdicas, bestiales, viven presas en la violencia y la miseria, pero no les importa porque creen que así son felices. Nada parece importarles. Entre tanta bacanal enmarcada por su falsa alegría, su mísera existencia, son incapaces de percibir la jodencia biopsicosocial en que viven.