Monterrey.- Se le partía la cabeza por la insoportable migraña. No se resignaba a pasar una Navidad confinada. Se debatía entre el deber ser y el riesgo de contagiarse, en una rebuscada y revuelta nebulosa de ciencia y religión, de creer y no creer, signada por los rezos y la desesperanza. No lo resistiré, se decía a sí misma y una punzada en las sienes le acentuaba el dolor.
Se siente apesadumbrada y triste por el hecho de no hacerlo, pero está casi segura que no lo soportará y seguramente lo hará. La confusión le carcome el pensamiento… ¿Y por qué no…?, ¿Pero si lo hago y alguien se contagia…? No me lo voy a perdonar. Dios mío, no sé qué hacer ayúdame. Y creía en Dios, aunque nunca lo había visto (ni lo vería jamás), y estaba convencida de sus grandes obras. Estaba plenamente segura que el Covid-19 lo había inventado el Diablo para acabar con este mundo de pecado en que nos hemos convertido.
Sabe que lo hará, uno de estos días decembrinos montará el nacimiento engalanado con un montón niños dioses de todas sus comadres de la vecindad, quienes cada año se reúnen para rezar el sagrado rosario. Seguramente el día 24 por la tarde, innumerables vecinas y sus familias, acudirán fervorosos a rezarle al niñito Dios para que ya se lleve esta maldita y diabólica pandemia, pero exponiéndose peligrosamente a contraer el maléfico virus…