Monterrey.- Sin edad, sin tiempo, sin conciencia y sin memoria. Sentado en el porche, en roído sillón de terciopelo azul, pasaba las pandémicas horas o quien sabe desde cuando estaría allí. Parloteando. Me detenía a escucharlo cada vez, en mi diaria y reconfortante caminata. Indistintamente recitaba en voz alta fragmentos de autores clásicos que afanosamente leía: El Cantar de los cantares, Los diálogos de Platón, El Cantar del Mío Cid, El Decamerón, El Quijote, Los miserables, La divina comedia… Su situación existencial, origen, la causa de su mal, su prospectiva de vida, todo un misterio. Quien sabe que estallido en sus neuronas, empeñadas en aprenderlo todo, explotó para siempre su luminoso y ávido cerebro. Un día desapareció, quizá para no volver, y no me he atrevido a indagar su paradero. Sería fascinante y cautivador volver a escucharlo…