Monterrey.- Ella es bajita, casi enana, su estructura corporal no cabe en un modelo preestablecido. La pelvis hacia adelante, sin nalgas y una mini joroba corona su hombro derecho. Nunca será una “barbie”, ni una muñeca china y tampoco una regordeta muñeca de trapo oaxaqueña. El es flaco como un palo y alto como una garrocha. Es trompudo, su prominente nariz apenas si cabe en su cara, cara de “chiflido” diría mi padre. Se mueve, al caminar, como un junco mecido por el viento. Ella parece rodar a cada paso. Desconozco su pasado, su profesión, sus hábitos, pero se pasan horas dialogando en el parque. Van empujando una carriola rosa habitada por una hermosa nena que parece extraída de un cuento, tez blanca, rulos rubios y ojos azules, nadie pudiera creer que los deformes son sus padres. Y se sientan en una de las bancas tomados de las manos como novios, y se besan, y sonríen, y vuelven a caminar esperando y buscando no se qué, como si la vida fuera leve y la fortuna les sonriera, o al menos eso parece. A mí me intrigan en demasía.