Monterrey.- He desconfiado siempre de las letras, pero más de los números, son fríos, calculadores, traicioneros. El uno, por ejemplo, es un cuchillo que te traspasa, con el nueve “la colita se te mueve”, el dos es un pato entelerido, en el ocho te caes al infinito y el cuatro te lo ponen a cada rato. Ni que decir del cabalístico siete, que determina tu buena o mala suerte; y el doce, que marca regularmente la hora de la muerte; así como el fatídico trece. La lista para nombrarlos se torna interminable.
Hay de muchos tipos: arábigos, romanos, fraccionarios, primos, pares, enteros, negativos (¿positivos?), racionales, irracionales, reales (¿irreales?), ordinales, cardinales; todos parten de principios básicos, como el conteo y la seriación y fácilmente pueden alterarse, en las estadísticas de todo tipo, sobre todo en las educativas, que “maquillan” el paupérrimo nivel de aprendizaje alcanzado por los alumnos, en los precios de la canasta básica, en los sueldos, en los incrementos de las percepciones salariales, en las rentas, en la licitación de obras públicas, en los avalúos, en resultados de las encuestas políticas… ¡Ah!, y en la edad de las mujeres. Son también abominables las cifras de los muertos por la narcoviolencia y los feminicidios.
Los números, con toda su magia, exactitud y esplendor, son solo un invento humano creado como necesidad social, un vano intento pos asir lo inasible, contar lo inconmensurable; ¿quién podría contar las estrellas o los gránulos de arena que rodean al mar muerto, o las lágrimas de una madre? Reitero, un pueril afán por medir un mundo curvilíneo (no lineal) que se traslada y rota aun con los afanes de detenerlo, como el falso invento del reloj atómico de cesio, el NPL-CsF2, que perdería o ganaría un segundo durante el transcurso de 138 millones de años y su pretenciosa finalidad de apresar el tiempo.
Los números son excesivamente relativos.