Laudos, medallas, diplomas, trofeos, entre otras pendejaditas, rellenan y adornan un espacio especial de la casa; y a los severos, injustos y exigentes padres les gusta lucirlos ante familiares y extraños, sin considerar la frustrante contienda existencial que van padeciendo sus niños genio, quienes, afortunadamente muy pocos, acaban su corta y brillante vida en el psiquiátrico o en el penoso y lacerante suicidio.
Muchos de ellos rompen el rígido y castrante sistema que les imponen y logran liberarse; y casi en automático, se convierten en verdaderos “warriors” después de haber sido niños o jóvenes modelo.
Por mi parte siempre he abominado “las olimpiadas del conocimiento”; conozco el programa desde dentro y sé bien que es elitista, discriminatorio, estresante, amañado, e inicuo; son los alumnos antípodas a estos genios extremadamente competitivos y competentes, quienes necesitan el apoyo pedagógico y la mejora constante de su autoestima...
Todos esos geniecillos, azuzados por sus inconscientes padres, que nunca lograron ser lo que querían y obligan a sus hijos a serlo, van directo a la meritocracia, vulgarmente llamada “titulitis”; pero en esa caída libre, no todos logran llegar, se van atorando entre el compadrazgo, amiguismo, favoritismo, nepotismo, en los que se prefiere y elige a “los hijos de papi” para los puestos gerenciales, aunque sean unas comprobadas nulidades...
Moraleja: hay que extirpar de una vez y para siempre del contexto escolar los concursos, los cuadros de honor, los programas como “las olimpiadas del conocimiento”, entre otro tipo de aberraciones y ocurrencias que acaban denigrando severamente a la mayoría de la niñez y la juventud nuevoleonesa.