Monterrey.- Lo que pasó con la “reina de corazones” no fue casualidad, era algo que inminentemente iba a suceder. Tampoco fue un sesudo sabotaje, ni un maquiavélico complot, ni una mala jugada, ni una tranza política, ni un error de los “bots”, ni un asunto negociado en “lo oscurito”, ni un “dedazo” presidencial y mucho menos una afrenta; acaso fue un golpe bajo a la rara democracia que se ejerce actualmente en “neolandia”.
Lo que aconteció fue lo justo, lo necesario para aniquilar su ego, frenar su frivolidad y su derroche tan fuera de lugar como su propio reinado, con un reyezuelo que, inesperadamente, también ganó con el apoyo de los entes sin conciencia, enajenados por las redes sociales: los persuasivos influencers, los ridículos tiktokeros, sus amigos “ricachones” y la enajenada gente común igual de idiota.
A ese infausto y superficial diosecillo de barro también hay que desterrarlo para siempre de la “real politik”, junto con su turismo político, su soberbia, sus perversas promociones futboleras, su pedantería, sus poses de divo, su inaudita mitomanía, sus onerosos caprichos y su exacerbada egolatría; antes de que haga una avería mayor.
¿Acaso dije “rara democracia”? Error. El nuevo nuevo reino de león, así con minúsculas, ni siquiera llega a eso. Más bien es una enrarecida mezcla compuesta por diferentes elementos (tipos de gobierno) en apariencia incompatibles: oligarquía, plutocracia, república, aristocracia, absolutismo, “dedocracia”, anarquía, teocracia y una trasnochada, falsía, oropelesca y derrochadora monarquía, que roguemos, cada quien al santo de su devoción, para que sea erradicada pronto.
Y que diosito nos cuide (y el diablo se descuide) y nos deje seguir sobreviviendo en este intrincado e inicuo reino de la fosforescencia. Pronto acabará…