Monterrey.- Vive solo, lleva tres divorcios porque nadie lo aguanta, ni siquiera su madre. Su abuela orate lo convirtió en un querubín desde chiquillo, un “rompe corazones” que luego se convirtió en un pequeño monstruo engreído y ególatra. Lo desgració también con el nombrecito, del bisabuelo (Jean Monique Lefondeu), por supuesto. Hay familias así, que convierten ángeles en demonios y les desgracian la vida, inutilizándolos.
Hoy, ya más viejo actúa igual, como un adonis desquintado, un diocesillo de barro que teme que lo toquen porque se deshace, pero no ha perdido su galanura y pedantería. Creció así, al ahí se va, entre antros y francachelas sin preocuparse por nada. Invierte toda su lana en adefesios y ropa de marca, sus bienes, una casita lujosa en colonia pudiente, automóvil del año y depa en la playa, por supuesto. Papi paga todo sin problema.
Cuando intenta integrarse a un nuevo grupo de amigos su vanidad lo pierde y acaban echándolo cuando comienza a halar de sus millones y conquistas, falsos por supuesto. Es la presunción con patas. Su petulancia llega a tal grado que dice ser descendiente de reyes por su apellido extranjero, otra falacia más que nadie le cree. En realidad, su bisabuela fue la queridilla de un marinero francés, un desertor que vino a estas tierras norteñas huyendo del ejército y se hizo rico con negocios ilícitos.
Engreído, mitómano, arrogante, Mónico no armoniza con nadie. Ningún ser humano lo tolera menos van a quererlo. La pandemia le cayó de perlas para disfrutar en soledad de su miseria existencial. Pocos saben que sufre por ese desprecio de sus congéneres que el disfraza magistralmente con su frivolidad y mentiras. A sabiendas de que su ego herido fácilmente lo llevaría al suicidio, se aleja de aquellos círculos y lugares en los que no es el centro de atención. ¿Hacia dónde lo conducirá tanta insensatez…? Pobre cuate creo que debería llamarse Inarmónico.