Monterrey.- –¿Y por qué el niño Dios se olvida siempre de los pobres, mamá…?, dijo el niño rico.
–¡Ay, hijo, yo qué sé… ¿qué preguntas son esas?, respondió ella.
Ambos inconscientes de que el imperio económico del padre (y esposo), así como todas sus comodidades: mansión, yate, autos, viajes, y el caudal de juguetes y regalos que recibía en cada Navidad aquel vástago de ojos azules, estaba asentado precisamente en las manos, el sudor, el hambre y la enajenante explotación de todos esos pobres de los que el niño Dios se olvidaba siempre…