Monterrey.- Su misterio inicia desde el oscuro fondo de su mirada y el negro aterciopelado de su piel. Su proceder agreste determina todo lo que hace en la vida. Cuando toma una decisión, no hay poder humano en la tierra ni en el cielo que le haga cambiar de opinión, sin importar las consecuencias o el daño que causa con sus actos suicidas. Habita ensimismada en ella, esperando siempre para hacer algo distinto a lo que hacen todos los demás seres humanos. Nadie, ni ella misma conoce sus móviles internos o las razones y motivos por las cuales actúa de determinada manera y no de otra que pareciera más lógica y formal. De un zarpazo despedaza a sus enemigos o bien rompe barreras, tabúes, estructuras y el filo de su garra es capaz de destruir la más perfecta armonía. Puede ser tierna y violenta al mismo tiempo y es capaz de arrullarte en su pecho y en un instante desgarrarte el corazón. Cuando permanece callada, asemeja una esfinge milenaria de la que nunca sabes cómo va a actuar, o qué va a decir o hacer moviendo todo desde su propio centro, creyendo siempre que tiene la razón, por más insólitos y descabellados que sean sus actos. Tiene todo el poder. No sé qué le falta para ser feliz; quizá un día no muy lejano pueda encontrarse a sí misma al verse en el espejo de su soberbia y comprender que el amor propio a veces se confunde con la soberbia, con el más deleznable egoísmo. Le falta amar realmente para ser la mujer que siempre quiso. Solo el amor hace ablandar los corazones más duros.