GOMEZ12102020

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Papá modelo
Tomás Corona

Monterrey.- De pronto pensé que todo era un sueño, pero no, era una pesadilla real. Llegué al consultorio del traumatólogo a la hora de la cita fijada con anterioridad y me saludó efusivamente, nos tocamos solo con el puño, por la maldita pandemia.

     - Hace mucho que no lo veía por aquí (dijo).

     - Pues volvió la molestia del hombro (le respondí).

     - No se mortifique ahorita lo arreglamos, quítese la camisa y pásele a la salita…(concluyó).

     Aunque era un hombre corpulento y muy fuerte, parecía noble y bonachón, por la sencillez de su carácter y su manera amable y dicharachera de ser. ¡Qué equivocado estaba yo…! La hija (la vi de reojo), apareció en el umbral de la puerta que daba acceso al consultorio, en el interior de la casa.

-      Papá ya me voy…

     - ¿Vas a una fiesta verdad…?

     - Sí, ya te lo había dicho, es en casa de Melina.

     - ¿Y por qué vas vestida como prostituta…?

     - ¡Papá, eso no es cierto…!

     - Te me quitas ese pedacito de ropa que tienes por falda y te pones la de siempre, o no vas… Qué diría el pastor si te viera así…

     Impactado por el diálogo y aplastado por el silencio, recordé que la familia toda profesaba una religión muy estricta y rígida en sus preceptos. La jovencita lo encaró molesta, retándolo, diciéndole no sé qué tantas cosas no tan desagradables, pero lo parecían. La más dura fue…

     - ¡Ya no quiero estar en esa pinche religión que todo lo prohíbe…!

     ¡Oppsss…! La hormona juvenil en su máximo esplendor, no cabía duda. Nada importaba ya. Entonces el malvado demonio hizo acto de presencia y sobrevino el desasosiego, la angustia, la incredulidad… El santo varón convertido en minotauro tomó un tubo mediano de pvc que estaba por allí en un rincón de la estancia y con saña inaudita comenzó a golpear a la indefensa muchacha delante de mí, ¡Sí delante de mí…! ¡Y mis ojos atónitos no lo podían creer…!

     Golpes en la espalda, en los brazos, en las piernas, en los glúteos… Hasta que el abuelo, seguro su ángel, llegó presuroso con una jeringa en la mano. Como pudo, tomó al embravecido monstruo por la espalda y le inyectó en el cuello la sustancia verde que contenía la jeringa… El aterrador engendro, ahora un ángel caído, se desplomó pesadamente a los pies de la muchacha que lloraba y gritaba presa de la histeria. Nadie reparó en mi cuando hui despavorido de aquella pavorosa escena. Jamás volví.