Monterrey.- Vaya que hay papis ignorantes. Siempre he creído que un problema educativo muy serio en México lo constituye esa generación de padres jóvenes, digamos, entre los 28 y 42 años, que dejaron trunca su trayectoria formativa, en secundaria o preparatoria, y ya no les interesó educarse.
Hoy, ante esta pandemia que develó crudamente el desastre de nuestro sistema educativo, al quitarle el sutil pero efectivo velo de la simulación, su falta de justicia, las marcadas diferencias sociales, incluidos los añejados vicios y rituales de una enseñanza tendiente siempre al anacronismo (ya alguien lo señaló: edificios escolares del siglo XIX, docentes del siglo XX y alumnos del siglo XXI), esos padres precisamente, son quienes hoy se sienten aturdidos y exhaustos por tener que atender a sus vástagos, aun sabiendo que son su deber, su prioridad.
Algunos, quizá los padres y madres profesionistas, después de percatarse de la ardua y titánica labor que realizan los profesores se congratulan con ellos y los acompañan en la difícil tarea de educar a las nuevas generaciones. El resto, los padres incultos o con una escasa preparación (con sus retoños incluidos) se ensañan con los docentes, los vituperan, los critican, demeritando el colosal esfuerzo que están realizando por “enseñar” en un mundo digital que muchos desconocen, sobre todo los de “la vieja guardia”.
La agresión llega a tal grado que en las redes circulan “memes” y mensajes en los que exigen que el salario de los profesores debería pagárseles a ellos. Una burla sin fundamento. Yo creo que deberían incrementarles el sueldo a los maestros por educar, no solo a un conglomerado de jóvenes curiosos, avezados, inquietos, sino por reeducar también a una muchedumbre de padres necios, apáticos, irresponsables, que han visto siempre a las escuelas como una guardería en la cual los docentes están obligados a cuidar y consentir a sus querubines, o “bendiciones” como sarcásticamente les llaman ahora.