Monterrey.- En ambos sentidos están amolados. Primero, como entes, o peor aún, como entelequias, corpúsculos o conglomerados de sujetos que se agrupan para determinado fin, los partidos van pugnando por alcanzar, utilizando todas las artimañas posibles, la cima del poder que implica eeennnoooormes beneficios a quien llega a ostentarlo y a todo su séquito, obviamente. Los hay grandes, medianos y pequeños, como en todo, o de primera, segunda y tercera, también.
Los pequeños, muy incipientes todavía, hacen su primera intentona aportando lana de su bolsillo y, si le pegan al gordo, como todos sueñan y esperan, ese gasto se retribuirá multiplicado un trillón de veces. Los medianos, ahí la llevan, ya con registro y todo, pululan acercándose peligrosamente a los más grandes y omnipotentes que gozan ya de un sinfín de beneficios como viajar en jet privado, por poner un ejemplo. Estos, los más grandes, habitan en el olimpo de la cumbre política donde todo se puede: malgastar, censurar, hurtar, gozar, traicionar, enriquecerse, bien vivir…
Pero solo cabe un partido en ese olimpo, por eso la contienda entre ellos es titánica, descarnada, inmisericorde, cruel, pública y clandestina al mismo tiempo, es decir, los partidos avanzan partiéndose en pedazos (el otro sentido del título de este breviario) en ese soez, inhumano, abyecto, feroz y brutal ascenso en el que van pisoteando huesos, cráneos y cadáveres con el firme propósito de llegar a la poderosa cumbre. Ganar el voto de los ciudadanos más incautos es lo teleológico aquí, no importa cómo. Ah, una aclaración pertinente, hoy tenemos extrañas, disímbolas, forzosas y extravagantes coaliciones que nunca nadie, ningún sujeto social se hubiese podido imaginar.