Monterrey.- Princesa decidió estudiar inglés en Canadá y su deseo fue concedido de inmediato. Se hospedó en la mejor villa de aquel paradisiaco lugar y todo su séquito de guaruras y sirvientes, limusina con banderitas incluida, por supuesto, fueron trasladados simultáneamente. Su esbeltez, más por exigencia que por convicción, hacía juego perfecto con sus atavíos confeccionados por diseñadores exclusivos, así como sus hábitos alimentarios que la mantenían sana hermosa, aunque detestaba su agenda diaria totalmente llena de actividades fútiles…
Fue entonces cuando conoció a Román, aquel muchacho desparpajado y liberal que, desde el primer instante hizo latir con más fuerza su corazón. Vino la amistad, luego el noviazgo, y aunque ella estaba siempre extremadamente vigilada, se las ingeniaba para escapar con ayuda de los sirvientes más fieles que la encubrían, para encontrarse con el amor. Conoció entonces los placeres de la sencillez y el desenfado, su pelo suelto, unos cómodos jeans, una blusa vaporosa de lino y a disfrutar de la vida.
Pero había algo oscuro que ensombrecía su felicidad, una infranqueable consigna que él aceptó sin saber por qué, quizá deseando que la fuerza de su amor rompiera en mil pedazos el poderoso compromiso que su misteriosa novia tenía para con su país. Ella fue muy franca desde el principio. Podemos hacer todo lo que quieras en la cama, pero sin llegar a la cópula, desde antes de nacer estoy predestinada para casarme con un sujeto que ni siquiera conozco y debo llegar virgen al matrimonio…
Fueron inmensamente felices los meses que duró el curso de inglés, luego ella partió para nunca más volver. Dejó una misiva cuyo contenido develaba el misterio de su extraño proceder. Antes de quemarla, a petición de ella, leyó con avidez y se estremeció, embargado por la sorpresa y el desconcierto, al enterarse que aquella preciosa muchacha era la nieta del presidente de uno de los países más poderosos del mundo: Vladímir Putin…