CORONA22062020

Microcuentos para pensar
Pulgarcito
Tomás Corona

Monterrey.- Tengo un amigo que adora a Pulgarcito. Lo atiende, lo mima, lo acicala, lo estimula, en fin, lo cuida como a la niña de sus ojos. Aunque no puede besarlo, porque los dos son machos (espero) seguro estoy que lo haría con muchísimo gusto. Le habla con ternura, le agradece por tanto placer disfrutado y acumulado durante años en su memoria gonadal. Le da masajitos nocturnos hasta que eructe, para que duerma cómodo y feliz.

     Últimamente le ha recriminado un poco sus fallidos intentos de emancipación. Ya le dio tés de ginseng y nada, vistosos videos no aptos para menores y nada, damiana de california y nada, y así un montón de menjurjes extraños, afrodisíacos naturales y pócimas mágicas, pero nada pasaba. Pulgarcito seguía sentado, o, mejor dicho, dormido en sus laureles. En un loco intento le puso polvo para hornear a ver si esponjaba tantito y nomás no, sal de uvas a ver si de perdido burbujeaba y tampoco.

     Una vez, en el paroxismo de su desesperación, el amigo aquel agarró a Pulgarcito a puras cachetadas para que reaccionara, pero todo fue inútil, al parecer, el enanito aquel, otrora vigoroso y pujante, saleroso y juguetón, mimoso y dinámico, chiquito y cumplidor, había pasado a mejor vida… Está de más decir que una última opción para reanimar al bebecito eran los pitufos azules, pero le atemorizaban por aquello de los infartos. Vino a mi mente aquel estigma masculino surgido del morbo colectivo que magistralmente utilizamos los mexicanos… “Si nacimos juntos, por qué te moriste primero amiguito querido…”