Monterrey.- Con un carrito robado de Soriana pasan por mi casa ciertas mañanas. Llevan a cuestas su amargura y el dolor que causa una vida miserable. Son viejos y jóvenes, también hay mujeres, a quienes la alegría dejo de sonreírles y la dureza de la vida les hizo mella hasta formarles una cáscara de indolencia. No hablan con nadie, solo te miran con ojos de borrega muerta. Como exacto reloj, lunes, miércoles y viernes, a las 5 o 6 de la mañana inicia su ritual como recolectores de esperanza con el propósito de llevar a sus hogares, aunque sea un mendrugo de pan para sus vástagos. Buscan afanosos en los botes de basura algo que puedan reciclar o vender: latas de corazón vacío, cartones que hacen juego con su rugosa piel, tiliches de desmadejado desperdicio y uno que otro extravagante armatoste que a duras penas pueden cargar en el carrito o en su espalda… ¿Quiénes son…? ¿De dónde vienen? ¿Por qué existen…? Por el putrefacto sistema social que lo ha permitido y no hace nada por otorgarles una vida o una vejez digna. Aunque el mundo entero diga lo contrario, que así les gusta vivir, que así son felices, francamente no lo creo…