Monterrey.- Tú y yo somos de esos hombres de antaño, de rostro amojamado y macilento en el cual todavía se desdibujan diáfanas sonrisas, de esas componedoras de universos. Sitiados más allá del bien y el mal, sabemos que la vida no espera para redimirnos y corregir tantos agravios cometidos, antes de que el cielo nos abra su puerta celeste y luminosa, o el infierno nos sepulte bajo sus intolerables conos dantescos.
Comprendimos ya que la felicidad y la tristeza vienen juntas, igual que la alegría y el dolor. Y hemos superado duras pruebas a las que nos ha sometido la terrible adversidad. Nos volvimos sabios a puros certeros hachazos que nos hicieron duros y nuestra armadura se volvió indestructible, aunque sabemos bien de la inquietante blandura de nuestro poderoso corazón que, en disputa permanente contra el raciocinio, ha hecho que, a pesar de todo, amar sea nuestro destino.
Nos une la bohemia y la música nos libera subrepticiamente de todo el estrés contemporáneo del que nadie escapa. Poder contarse secretos, dudas, requiebros, devaneos, triunfos, anhelos, proyectos, es lo mejor que pueden esperar dos viejos solitarios que han encontrado y abierto, al fin, el invaluable arcón de la auténtica amistad, esa que se da sin reservas, y gozar de sus valiosos tesoros.