Estás reinitas de hoy no son como las de antes, tal vez un poco caprichosas, frívolas y un tanto manipuladoras, como aquellas, eso sin dudarlo, aunque finalmente terminan siendo sometidas a la voluntad de su respectivo reyezuelo, si lo hay, o del monarca mayor que determina los destinos de los reinos y todos sus feudos.
Aunque utilizan distintos medios, lo que hacen ahora no dista mucho de aquello que hacían las reinas de la antigüedad, comúnmente regordetas y mal queridas, bueno, a estas tampoco nadie las quiere, solo las idolatran, pero no hay quien de la vida por ellas, como sucedía antes con los caballeros de armadura.
A ambas, las de hoy y las de antes, les encantan los espléndidos banquetes y bacanales pagados con el erario público, lo mismo que sus onerosos y superficiales gustos, como viajar a tierras lejanas en calidad de damas de compañía del gobernante en turno. Las más listas se agencian (o se agenciaban) enormes propiedades y latifundios a su nombre, asegurando un futuro sin restricciones de ningún tipo, sobre todo económicas.
Su imperio se extiende ahora en el desconcertante mundo de la virtualidad y a través de las redes sociales se adjudican un sinfín de fieles adeptos, sin importar que sean ineptos, como aquellos esclavos de antaño. Su poder radica en la mentira, hasta hacerla creer que es verdad; y para ello cuentan con un poderoso ejército de “bots” que ejecuta acciones repetitivas, predefinidas y automatizadas, con excesiva rapidez.
En fin, las reinitas de hoy habitan en un mundo paralelo, de caramelo, que ellas mismas crearon para beneplácito de su estirpe familiar y sus más fieles súbditos.