Monterrey.- Ella podría vivir en “Soli”, “Nueva alianza”, “la indepe”, “la risca”, “el agarrón”, en un “polígono de pobreza” o “cinturón de miseria” como le llamaban antes. Le hicieron creer desde niña, su madre, sus hermanos, su abuela, sus tíos, los vecinos, que era la más chingona del barrio por ser inteligente, estudiosa, trabajadora y blanquita de piel, y se lo creyó. Soñaba con ser actriz, empresaria, arquitecta, licenciada, doctora, obvio, ser rica, pero nunca lo fue. Se sabía intensa, voluntariosa, precoz, decidida, capaz, pero le ganó la calentura. El “Juancho” la embarazó a los 14 años y todos sus sueños se derrumbaron, sin embargo, se quedó atrapada en su burbuja de ensueño.
Aunque hoy es una ama de casa común y corriente, es de las que se gasta el sueldito del marido, bueno, de su pareja como se estila actualmente, en hacerse “pedicure”, “manicure”, sacarse la ceja, depilarse con miel, ponerse largas uñas de fantasía, teñirse el cabello de amarillo salvaje, maquillarse a granel, llevar a sus críos a pasear a lugares onerosos, comer en restaurantes “nices”, en fin, darse una vida de derroche que a todos sorprende. Jamás aceptará que compra sus flamantes vestidos y toda su ropa, de una paca, en el mercadito de la colonia.
De hecho, el “Juancho” se fue a trabajar a “Gringolandia” y le envía dólares que jamás serán suficientes para solventar su vida disoluta, pues nunca faltan amigos, cerveza y carnita asada los fines de semana. Tiene su casita muy arreglada y todos se la chulean. La mami, como todas en México, le ayuda a cuidar a los retoños mientras trabaja como recepcionista en un hotel. Acaba de comprarse una camioneta, quien sabe qué hará por las noches para pagarse todos esos pequeños lujos… Nadie percibe el daño que le hacemos a los hijos al hacerles creer lo que no son.